El ratón alucinaba perdido en ese laberinto hexagonal. Se asomaba a las barandillas sintiendo vértigo, para seguir viendo multitud de hexágonos llenos de libros. Subía y bajaba divertido por las escaleras de caracol. Se encontraba encerrado en un mundo de escondites infinitos, y de longitudes cósmicas para él. No le asustan las luces, porque sabía que en el eterno edificio jamás sería encontrado. Recorría libro tras libro dejándolos sentir como escalones bajo su panza. A pesar de su poca fuerza, un libro, mal colocado seguramente, cayó de los estantes. Él, curioso, corrió, y subido en el libro, empezó a pasear su astuta mirada por ese sin fin de signos ilegibles que entretenía tanto a los humanos. Se dijo que él no sería menos, que aprendería. Y lo hizo su lugar preferido, en el que pasaba cavilando largas horas. Llegó un momento en el que se sentía hambriento, y empezó a vagar, sabiendo de antemano, que ni una triste miga podría encontrar en aquel lugar. Decidió que sobrevivir sería indispensable, en un local donde los gatos no existían. Por fin, subido a otro de los múltiples hexágonos prendidos a la pared, empezó a comerse "Las mil y una noches". Presagio de los mil y un retortijones que le iban a dar después en la tripa. Se revolcaba de dolor, pero terminó ganando la batalla, mientras los libros iban presentando pérdidas en sus cuartillas. No cejó en su afán de descifrar su gran tesoro y, con el tiempo, llegó a sentirse el más importante de los ratones. Supo que en el mundo de los hombres existía la palabra "Biblioteca" Lleno de cultura, logró salir del laberinto hexagonal, y paseó ufano por las calles, sin temer al hombre, ni a los gatos. Él, el más sabio de los ratones, tenía una palabra que enseñarle a su inmensa descendencia, de la que siempre se sentirían orgullosos toda su prole.
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