miércoles, 11 de febrero de 2009

La foto que no pudo ser

-¡Documentación!- me dijo uno de ellos.
-¡Entrégueme la cámara!- replicó otro.

Era la una de la madrugada, hacía nada estaba flotando en la nube de algodón que siempre es contar en La Invierna, y ahora cuatro guardias de seguridad me rodeaban con caras serias y mano en las pistoleras (o como se le llame al sitio donde llevan las armas)
No salía de mi asombro (y mi canguelo).
Al bajar las escaleras de la estación central me encontré con una estación hermosa, nuevecita y vacía. De repente una cuadrilla de obreros, cual mariposas nocturnas amarillas y azules, inundaron el andén de enfrente y en grupos comenzaron a sacar brillo a unas enormes columnas de acero. La combinación de colores y la sicótica actitud de los últimos meses de ver “la foto” en todos los sitios posibles, me impulsaron a sacar mi cámara y comenzar a disparar. Para completar la escena, una saeta de espuma y plata bajo la terrenal forma de metro, hizo su entrada en la estación y descendieron varios adolescentes con inverosímiles colores.

Lo que menos me esperaba yo, era esa mano que me urgía a entregar “mi cámara”. ¡Una mierda! pensé-pero no lo dije, era la autoridad. Saqué la única voz diplomática que tengo y le dije que mi cámara no se la daba bajo ningún concepto. Uno de los guardias me dijo que en Metro sur estaba prohibido hacer fotos. El otro seguía en sus trece:- Pues que me dé el carrete. No seas bruto dijo un tercero, esta cámara es digital. Que no, insistía el primero, que estas cámaras de fotógrafo son de carrete.
Al explicarle que funcionaba con tarjeta digital, decidió pedirme la tarjeta, a lo que repliqué que si él me pagaba lo que valía una tarjeta de dos gigas, si.
Al amenazarme con ir hasta comisaría, uno de ellos sugirió que borrara en su presencia las fotos tomadas.
Así que frente a la mirada atenta de los cuatro y de TODO el plantel obrero del andén de enfrente que había dejado de limpiar por observarme, borré las preciosas fotos.
Luego permanecieron cerca de mi hasta que llegó el metro, uno trató de explicarme, que si seguridad, que si en ningún sitio público hay permiso … De nada valieron mis argumentos de que tengo fotos en casi todos los metros.
Bajo la aparente calma, el miedo esperaba agazapado, estaba allí desde el 11 M. Porquería de tiempos, en que miramos al de al lado con desconfianza y vemos en cualquier actitud, por inocente que sea, un terrible peligro.
Malos tiempos para la confianza, malos tiempos para la calma, malos tiempos para hacer fotos, a nadie le gusta que lo retraten mal y el miedo deja un rictus que afea. Será por eso que en el metro todo el mundo esconde la cara tras un libro.

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