sábado, 22 de noviembre de 2008

Lecciones a orillas del mar


Una tarde de finales de verano en la playa... justo lo que necesitaba. Nada mejor que respirar profundamente mirando al mar, abrir los brazos y sentir la brisa en silencio, para darme cuenta de la relatividad de las cosas. Quizás no hay nada como la propia naturaleza para curar el alma. La mía, después de esa tarde, quedó completamente renovada.

Me dijo una vez una compañera de travesías que quien mira el mar, mira su alma. Hace falta tiempo para comprender ciertas cosas... la otra tarde comprendí el significado de sus palabras. En aquel momento me fundí con las olas, con la fina arena, dejé que el sol del atardecer me abrigara... y entendí que no había nada más que el presente, el aquí y ahora. La arena bajo mis pies, la brisa desempolvando mi alma, y el mar.. la inmensidad del mar en mi mirada. El resto es relativo, y se rinde ante la grandeza de las pequeñas cosas.

Durante un rato sonreí sintiendo el viento en mi cara... mirando el ir y venir de las olas con esa paz de quien ha descubierto un secreto, el secreto para ser feliz con lo natural, lo básico. Por un momento mis pequeños problemas se hicieron aún más pequeños, me pregunté por qué no nos levantaremos cada día con una sonrisa.. si lo tenemos todo. Me sentí liberada de muchas cosas, y me propuse contarlo en mi cuaderno de viaje para no olvidarlo. Para no olvidar nunca que la vida es eso... así de simple y así de bella. Un regalo.

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